sábado, 18 de octubre de 2008

"AQUI DONDE PARA MIRARTE YA NO HAY LEJOS, SINO PURA PRESENCIA GASTANDOSE EN SI MISMA"

Una lectura de la narrativa de Eleodoro Vargas Vicuña / Cynthia Vich
“Aquí donde para el mirar ya no hay lejos, sino la pura presencia gastándose en sí misma”
E. Vargas Vicuña

¿Por qué escribe? Le preguntaba, allá en los años 70, Abelardo Oquendo a Eleodoro Vargas Vicuña1 . “Ahora escribo porque necesito comprender la realidad profunda de lo humano; para ajustarme a este cuerpo del cual estoy por extraviarme”. Esta respuesta encierra la clave principal del proyecto de escritura de este poco recordado autor cuya primera colección de cuentos, Ñahuín, (originalmente publicada en 1953) acaba de reeditar el Instituto Nacional de Cultura (Lima, 2005). Esta nueva invitación a la lectura de los cuentos de Vargas Vicuña nos brinda la oportunidad de preguntarnos –más de medio siglo después– por la especificidad de su proyecto creativo, por las condiciones (personales y de contexto) que lo marcaron, y por su capacidad de diálogo con el lector contemporáneo.
¿A qué se refiere la cita anterior? En primer lugar se trata de reconocer a la escritura como suplemento del cuerpo, como la ex­presión de la necesidad que tiene ese mismo cuerpo de crear una subjetividad consistente que le permita habitarse, “fijarse” en un espacio cómodo desde el cual poder existir. El proceso es claramente psicológico: se trata de recuperar una coherencia subjetiva que se encuentra bajo la amenaza de la dispersión, de la fuga.
El contexto inmediato del autor nos sirve para centrar este proceso. Vargas Vicuña no escribe desde los pueblos andinos que retrata, sino fuera de ellos. Como él mismo lo afirmara2 , su escritura esproducto de sus distintos desplazamientos geográficos: Arequipa, La Paz, Lima. Este carácter de migrante es el elemento esencial en la constitución de su sujeto narrativo. Además, este elemento refiere al lector a un proceso que resultó determinante en la realidad social de los años cincuenta en el Perú: las masivas migraciones de campesinos y pobladores rurales a las principales ciudades del país, la transformación de éstos en trabajadores urbanos y la amenaza de su inevitable aculturación. Es en este fenómeno donde se podría ubicar la representatividad de la escritura de Vargas Vicuña. El mapa de la crítica literaria ha ubicado al autor dentro de la llamada “generación del cincuenta”, reconocida por introducir al canon de la narrativa peruana las primeras reflexiones en torno a las masivas migraciones y al con­secuente –y dislocado– crecimiento urbano. Pero a diferencia de narradores como Congrains, por ejemplo, la migración como tal no está presente en los cuentos de Vargas Vicuña al nivel de las anécdotas que estructuran sus historias. Lo que se retrata es más bien la dinámica vital mestiza y rural de un espacio (y un tiempo) previo al fenómeno de la migración, pero que se ve quebrado por la perspectiva de un sujeto ya desplazado de ese mundo.
Volviendo a la cita inicial: tenemos entonces la expresión del miedo de un sujeto que se siente perdido y tiene que encontrarse. Este miedo se convierte así en impulso creativo y también en elemento determinante de un yo narrativo que define su voluntad de “contar” como una imaginaria lucha por recuperar un espacio de inocencia anterior a la ruptura, a la simbólica “caída”.
¿Cómo viajar del angustioso “extravío” a ese “ajuste” que asegurará la deseada coincidencia entre el yo físico y el yo psicológico? A través de la melancolía. Para poder encontrarse (para ubicarse), el narrador de Vargas Vicuña reconstruye retroactivamente un espacio de inocencia perdido, un lugar de pureza que es fuertemente referencial. De esta manera, la preservación de su objeto (el mundo rural mestizo)se convierte en la estrategia principal de un sujeto narrativo que se impone a sí mismo un imperativo de pureza que niegue su naturaleza desplazada. Otra vez, se trata de ajustarse a un cuerpo, de recuperar una coherencia que se le ha escapado al sujeto.
Lo fascinante de la narrativa de Vargas Vicuña es la posición desde la que se narra. En cuentos como “En tiempo de los milagros” o “Memoria por Raúl Mieses” lo determinante es la presencia deses­tabilizadora de un sujeto narrativo que se reconoce incapaz de recu­perar el horizonte mental propio de sus personajes, y en el cual intenta obsesivamente “meterse”. Lo que ocurre es que ya el “yo” se ha salido irrevocablemente de una visión del mundo que a la vez persigue referencialmente porque cree que instalándose en ella recuperarála coherencia existencial. De esta manera, el proyecto de restaurar un sistema de referencias que ubique al sujeto narrativo en la comodidad de una imaginaria placidez cultural, se revela imposible. Se trata, pues, de la historia de un fracaso y de un sujeto que agoniza mirándolo.
“Memoria por Raúl Mieses” puede ilustrar lo que afirmo3 . Aquí se narra la historia de un pueblo desesperado por la sequía y del posterior asesinato de un forastero a quienes los pobladores acusan de ser el causante de la ausencia de lluvias. Lo que domina el tono del cuento es la culpa, el remordimiento de un sujeto narrativo que parece desdoblado, desencajado entre dos mentalidades (y comportamientos) antagónicos. Por un lado está la lógica de los pobladores, en la cual el mismo narrador se “mete” utilizando la posición enunciativa del “nosotros”. Esta lógica justifica el crimen como solución natural a un problema concreto (el forastero “llorón”, se está gastando el agua del cielo, y por lo tanto, no llueve). Por otro lado, está la conciencia racionalista, occidental y católica de este mismo narrador que no puede evitar alejarse de la estructura mental de ese “nosotros” y así espantarse ante el crimen cometido. Como puede verse, el conflicto surge de la impo­sibilidad de racionalizar lo que desde una posición ya desplazada del origen se considera “irracional”, pero que también resulta ser lo que se busca como refugio para mitigar la culpa. Así, se trata de un sujeto narrativo que no logra mostrar un acercamiento unificado, coherente hacia las cosas, sino que más bien se pierde en la verificación de la incomunicabilidad de dos espacios subjetivos distintos, y en la frustración de no poder regresar a uno de ellos. El sujeto entonces, no es más que una conciencia melancólica condenada a mirar desde fuera su propio y fallido proceso de restauración. El espacio narrativo resulta ser así una especie de atrofia ensimismada de dimensión fundamentalmente psicológica. La relación de la narrativa de Vargas Vicuña con el temprano existencialismo de Sastre, aquel que fue lectura influyente para su generación, podría ser así otra clave de lectura. El esquema psicológico del derrumbamiento de la coherencia del ego, del fracaso del proyecto de restauración melancólica, sirve además para ubicar la obra de Vargas Vicuña en relación a la de su contemporáneo Arguedas. Si bien ambos renovaron el lenguaje del indigenismo peruano centrando la problemática en la perspectiva del sujeto narrativo, los proyectos de ambos resultan categóricamente distantes. Como parte de una lógica deudora del marxismo, el yo de Arguedas es un yo político, un sujeto revolucionario indesligable del proyecto utópico de reivindicación de un grupo. De manera distinta, el yo de Vargas Vicuña se encuentra anclado en la parálisis de un ego que no puede trascender el propio ensimismamiento. Se trata así de un melancólico sujeto que ve las ruinas de su propio fracaso, que desvaría ante la frustración de nolograr la ansiada reconstitución. Su escritura no es entonces sino la fallida estrategia de un sujeto que no alcanza a recomponerse. “Como si esta vida no tuviera presencia”, para decirlo con las propias palabras del autor.
Notas
1 “Encuesta a los narradores”. En: Abelardo Oquendo, Narrativa peruana 1950-70 (Madrid: Alianza Editorial, 1973 (17).
2 Andrés Mendizábal, “Contaba Eleodoro (Vargas Vicuña)”. En: Ciudad Letrada no. 6 (www.geocities.com.ciudadletrada).
3 Quiero aclarar que este cuento no pertenece a la colección originalmente titulada Ñahuin en 1950, y por lo tanto no se incluye tampoco en la reedición del Instituto Nacional de Cultura. El cuento forma parte del volumen que bajo el título de Taita Cristo publicó el autor en 1960. Sin embargo, hago referencia a este cuento porque me parece esencial para comprender los términos de mi lectura de la obra de Vargas Vicuña.

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